La historia del agua de fuego en encanto de vida

El “agua de fuego”, famosa por el uso y abuso que se muestra en las películas del Oeste, siempre por parte de los indios, tiene un origen muy curioso. Y éste origen nos muestra que la funesta adicción que tuvieron todas las tribus indias no sólo tenía bases biológicas, por necesidad fisiológica de seguir consumiendo, sino que en un primer momento fue cultural. 

 
Cuando las poblaciones indígenas de América del Norte no conocían aún al hombre blanco, al rostro pálido; cuando estos pueblos no habían contactado con el mundo occidental, vivían según sus tradiciones. Tradiciones ancestrales, que habían ido pasando de generación en generación. Y en todos los poblados de las distintas tribus había unas personas que eran las depositarias del saber ancestral. Y, según sus creencias, eran las encargadas de contactar con el mundo de los espíritus; con el espíritu del lobo, del oso, del águila, del bisonte, de sus antepasados. Estas personas eran los chamanes.

Los chamanes eran respetados en toda la tribu, pues eran los que en todo momento sabían lo que le convenía al poblado. Y llegaban a saberlo a través del contacto con el más allá. Para conseguir entrar en trance, y para conseguir hablar con los espíritus, se ayudaban de una serie de plantas, -“plantas de poder” son llamadas en los círculos esotéricos- que le permitían, tras un proceso de fermentación, entrar en un estado “alterado de conciencia” en el que le era más fácil hablar con los antepasados. Este proceso hacía que el chamán fuera uno de los poderes fácticos de la tribu. Pero llegó el hombre blanco.
 
Los españoles primero, y los anglosajones después, se dieron cuenta de las posibilidades que se abrían a su conquista si usaban como armas, no los sables, ni las balas, ni los mosquetes, sino otra arma mucho más sutil y aparentemente inocua: el alcohol.
Con los primeros contactos llegaron los primeros intercambios. En esos intercambios comerciales realizados en territorio indio, éstos le ofrecían al hombre occidental, de forma hospitalaria, aquello que tenían. ¿A quién, recibiendo una visita de gente forastera, no le gusta presumir de sus tradiciones, de su cultura? ¿A quién, a poco orgulloso que se sea, no le gusta presumir de su tierra? Y los indios, orgullosos de su tierra, de su cultura y de sus raíces, le ofrecieron al hombre blanco la bebida fermentada de sus chamanes, le ofrecieron uno de los secretos guardados durante generaciones, como muestra de amistad.


Y el hombre blanco, como casi siempre ha hecho en los lugares a donde ha llegado, se rió de su bebida, se mofó de sus costumbres, ridiculizó sus tradiciones. “Nosotros tenemos bebida más potente”, tronó la voz del hombre blanco con orgullo y desprecio. “Nosotros, con una aparato llamado alambique, destilamos una bebida mucho más fuerte”, sentenció el hombre blanco. “Nosotros os daremos a beber <<agua de fuego>>”.
 
Y los indios la probaron. Y vieron que era cierto lo que les decía el hombre blanco. Ese agua era más potente que su bebida fermentada. Ese “agua” quemaba la boca, el paladar, la garganta; quemaba allá por donde iba pasando en el interior del organismo del indio. 
 
Pero lo que más le atrajo al indio de aquella bebida que había traído el hombre blanco no era que quemara; no era que fuera más potente que la suya; no era aceptar una “supuesta” superioridad cultural del visitante extranjero. Lo que más le atrajo al indio es que podía alcanzar el estado “alterado de conciencia” mucho más rápidamente que con su bebida fermentada. Era que podía alcanzar antes, y con mayor intensidad, el mundo de los espíritus; el mundo de sus antepasados. Pero, además, para el indio de la tribu, para el sencillo componente del pueblo, que aún hacía labores de cazador y recolector, tenía otra ventaja. Esta ventaja era quizá más importante que la anterior. Esta ventaja era la facilidad de acceso al “agua de fuego”.


Mientras la obtención de bebidas fermentadas requería un arduo y costoso proceso -selección de hierbas, recogida, secado, mezclado y espera- el “agua de fuego” era tan fácil de conseguir como que bastaba simplemente acordar con el hombre blanco un precio; que solía consistir en pieles de bisonte, de castor o de algún otro animal que caía en las redes del cazador recolector; para que este extranjero le trajera una remesa más o menos amplia de ese “agua de fuego” que les permitiría acceder a un mundo que hasta ahora les había sido vedado y que, hasta ahora, sólo pertenecía a los chamanes.


El pueblo indio de Norteamérica se aficionó al “agua de fuego” no porque fueran estúpidos, que no lo eran. Se aficionó no porque comenzaran a beber sin sentido de la medida. Se aficionó no sólo por razones fisiológicas, aunque el alcohol les producía la misma dependencia física que a los europeos. El pueblo indio se aficionó al “agua de fuego” porque les permitía acceder al mundo de los ancestros. Porque les permitía alcanzar un lugar que hasta entonces había estado vedado sólo a unos pocos escogidos entre su pueblo. Se aficionó, en suma, por una razón cultural.
 
Y, por supuesto, porque el hombre blanco usó la cultura de un pueblo para su propio beneficio, que pasaba por la destrucción de ese mismo pueblo.


Un débil rayo de esperanza aparece en el horizonte para la Nación India en este siglo XXI. Parece ser que en las reservas donde se encuentran los últimos descendientes de esa raza de hombres valientes y orgullosos, estos descendientes están devolviendo también, de modo muy sutil, como venganza poética, la jugada. Ante la codicia del hombre blanco, el pueblo indio ha puesto en marcha un negocio de casinos, y gracias a esa misma codicia, está usándola para conseguir los fondos necesarios para el resurgir de su cultura.
 
Quizá, algún día, la figura del hombre de las praderas, fuerte, orgulloso y altivo pueda volver a recortarse en el horizonte. Pero para eso, aún queda bastante tiempo.

 

L'”acqua di fuoco”, famosa per l’uso e l’abuso mostrato nei film western, sempre da parte degli indiani, ha un’origine molto curiosa. E questa origine ci mostra che la fatale dipendenza che tutte le tribù indiane avevano non aveva solo basi biologiche, dovute alla necessità fisiologica di continuare a consumare, ma che in un primo momento era culturale.

 

Quando le popolazioni indigene del Nord America non conoscevano ancora l’uomo bianco, il viso pallido; quando questi popoli non avevano contattato il mondo occidentale, vivevano secondo le loro tradizioni. Antiche tradizioni, tramandate di generazione in generazione. E in tutti i villaggi delle diverse tribù c’erano alcune persone che erano i depositari della conoscenza ancestrale. E, secondo le loro credenze, erano incaricati di contattare il mondo degli spiriti; con lo spirito del lupo, dell’orso, dell’aquila, del bisonte e dei loro antenati. Queste persone erano gli sciamani.

Gli sciamani erano rispettati in tutta la tribù, poiché erano sempre quelli che sapevano cosa fosse meglio per la città. E sono venuti a saperlo attraverso il contatto con l’aldilà. Per entrare in trance, e per arrivare a parlare con gli spiriti, usavano una serie di piante – “centrali elettriche” sono chiamate in ambienti esoterici – che permettevano loro, dopo un processo di fermentazione, di entrare in uno stato di “coscienza alterata” in quale era più facile per lui parlare con gli antenati. Questo processo ha reso lo sciamano uno dei poteri presenti nella tribù. Ma l’uomo bianco è arrivato.

Gli spagnoli prima, e gli anglosassoni poi, si resero conto delle possibilità che si aprivano alla loro conquista se usassero come armi, non sciabole, proiettili o moschetti, ma un’altra arma molto più subdola e apparentemente innocua: l’alcol. .
Con i primi contatti sono arrivati ​​i primi scambi. In quegli scambi commerciali effettuati in territorio indiano, offrivano all’uomo occidentale, in modo ospitale, ciò che avevano. A chi, ricevendo la visita di stranieri, non piace mettere in mostra le proprie tradizioni, la propria cultura? Chi, per quanto orgoglioso sia, non ama mettere in mostra la propria terra? E gli indiani, orgogliosi della loro terra, della loro cultura e delle loro radici, offrirono all’uomo bianco la bevanda fermentata dei loro sciamani, gli offrirono uno dei segreti custoditi per generazioni, in segno di amicizia.

 

E l’uomo bianco, come ha quasi sempre fatto nei luoghi in cui è venuto, rideva della sua bevanda, si burlava delle sue usanze, ridicolizzava le sue tradizioni. “Abbiamo una bevanda più forte”, tuonò la voce dell’uomo bianco con orgoglio e disprezzo. “Noi, con un dispositivo chiamato alambicco, distilliamo una bevanda molto più forte”, disse l’uomo bianco. “Ti daremo << acqua di fuoco >> da bere.”

E gli indiani l’hanno testato. E videro che ciò che l’uomo bianco stava dicendo loro era vero. Quell’acqua era più potente della sua bevanda fermentata. Quell'”acqua” bruciava la bocca, il palato, la gola; bruciava ovunque andasse nel corpo dell’indiano.

Ma ciò che attirò di più l’indiano di quella bevanda che l’uomo bianco aveva portato non era che bruciasse; non che fosse più potente del suo; Non era accettare una “presunta” superiorità culturale del visitatore straniero. Ciò che attraeva maggiormente l’indiano è che poteva raggiungere lo “stato alterato di coscienza” molto più rapidamente che con la sua bevanda fermentata. Era che poteva raggiungere prima, e con maggiore intensità, il mondo degli spiriti; il mondo dei loro antenati. Ma, in più, per l’indiano della tribù, per il semplice componente della città, che svolgeva ancora il lavoro di cacciatore e raccoglitore, aveva un altro vantaggio. Questo vantaggio era forse più importante del precedente. Questo vantaggio era la facilità di accesso all'”acqua di fuoco”.

 

Mentre ottenere bevande fermentate richiedeva un processo arduo e costoso – selezionare le erbe, raccogliere, essiccare, mescolare e aspettare – “l’acqua del fuoco” era tanto facile da trovare quanto bastava semplicemente concordare un prezzo con l’uomo bianco; che consisteva in pelli di bisonte, castoro o qualche altro animale caduto nelle reti del cacciatore-raccoglitore; affinché questo straniero potesse portargli una partita più o meno abbondante di quell'”acqua di fuoco” che avrebbe permesso loro di accedere a un mondo che fino ad ora era stato loro precluso e che, fino ad ora, apparteneva solo agli sciamani.

 

Gli indiani del Nord America si affezionavano all'”acqua di fuoco” non perché fossero stupidi, ma non lo erano. Si è affezionato a non perché hanno cominciato a bere senza senso della misura. Divennero dipendenti non solo per ragioni fisiologiche, sebbene l’alcol producesse la stessa dipendenza fisica degli europei. Il popolo indiano si appassionava all'”acqua di fuoco” perché permetteva loro di accedere al mondo degli antenati. Perché permetteva loro di raggiungere un luogo che fino ad allora era stato vietato solo a pochi eletti tra

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